09-08-2006, 08:52 AM
Es explicable el sentimiento de frustración de López Obrador. Daba ya por segura su elección como Presidente de México. Puso a las órdenes de todos su nuevo domicilio -el Palacio Nacional-, y hasta dio a conocer el nombre y posible cargo de quienes serían algunos miembros de su Gabinete. Sus asesores le mostraban encuestas que lo ponían muy por encima de su más cercano opositor. Sin embargo, un día se acostó vencedor, y al día siguiente se despertó vencido. Su sueño de gloria y de poder se disipó en la realidad. Por eso ahora la niega, y pretende seguir viviendo en ese sueño. Pero los hechos son muy tercos, y cada vez en mayor medida la realidad se le impondrá. El pueblo no aprueba las desatentadas acciones que ha emprendido; poco a poco quienes aún lo aplauden y vitorean lo irán dejando solo. El País es más fuerte que su empecinamiento; a la gente no le gustan las confrontaciones, y muchos de sus antiguos seguidores ahora lo consideran un extremista radical y se arrepienten de haber creído en él, de haberle dado su sufragio. Será difícil que López Obrador recapacite: está cegado por el despecho, por la desesperación. No puede asimilar lo sucedido. Pero, por el bien verdadero de México, deben recapacitar aquellos que todavía están con él en su aventura, empresa personalista que al mismo tiempo que se vuelve más erizada se hace más imposible y peligrosa. Ya la gente de Convergencia, con buen tino, dio por terminada su pertenencia a la Coalición, y se deslindó por tanto del ex candidato. Todos los partidos, con excepción del PRD y el PT, reconocieron el fallo del Tribunal. Eso es lo que conforme a la ley, a la ética política y a la razón se debe hacer. Los legisladores que andan firmando papeles en que se comprometen a impedir la toma de posesión del Presidente electo no sólo incurren en supina imprudencia, pues dejan constancia de su compromiso de participación en una acción ilegal: también faltan muy gravemente a la protesta que rindieron al asumir su cargo de representación, y además se colocan a sí mismos en el papel de hipócritas, pues exigen se les respete la calidad que una elección les dio y a la vez se niegan a reconocer la personalidad de quien llegó a la Presidencia en virtud de ese mismo proceso electoral. Actuarán como delincuentes, pero al mismo tiempo cobrarán sus dietas y gozarán su fuero. El pueblo les reprochará ese cinismo y esa desvergüenza: hay cosas que la más elemental decencia y el mínimo sentido de la dignidad no pueden permitir.