10-26-2005, 04:56 PM
Después del metrosexual, una nueva clase de hombre revaloriza la masculinidad
Nuestros tiempos admiten diferentes formas de asumir la masculinidad y la feminidad, las cuales resultan adecuadas y atractivas para determinadas personas. Ahora presentamos a los “retrosexuales”.
Ellos no tienen problema en asumir que son brutos. Es más: quieren que se note. No se afeitan seguido, no se inflan los bíceps, les gusta tener panza, y antes que ir a la peluquería prefieren ir a un asado. Así son los retrosexuales: el nuevo término acuñado por Mark Simpson, el escritor inglés que antes revolucionó el mercado masculino al afirmar que –además de los machos y los gays– existía otra categoría de varón: el metrosexual. Desde entonces, la remanida frase que asegura que “los hombres son todos iguales” perdió vigencia a una velocidad atroz: en este último tiempo, además de los metro, aparecieron los tecnosexuales (prefieren una PC antes que una chica), los homoflexibles (heterosexuales que cada tanto están otro hombre), los metroemocionales (tipos que se cuidan el look pero, más que frívolos, son conmovedores y sensibles), y ahora los retrosexuales: la variante moderna del hombre de las cavernas; una especie de varón que se hartó de la pompa y la circunstancia y decidió volver a ser un macho-como-los-de-antes.
Todas las formas de ser hombre tienen, sin embargo, un punto en común: dejan en claro que el mercado dejó de preguntarse sólo en qué piensan las mujeres y, por primera vez, quiere responder a la pregunta del millón: ¿qué tienen los varones en la cabeza? “Al hablar de metrosexual, retrosexual o metroemocional se intenta instalar arquetipos nuevos para que después los hombres encuentren justificativos para comprar productos –asegura Diego Dillemberger, director de la revista Imagen–. Si eras un hombre ‘normal’, hasta hace unos años no comprabas cosméticos. Pero si se instala socialmente la idea de que un tipo muy exitoso con las minas es metrosexual, y eso significa que capaz que se depila y usa determinadas cremas, pero no es maricón, vos tal vez te identificás y quizá no te depiles... pero te comprás la crema. Estos arquetipos sirven para que cientos de miles de boludos en el mundo vayan y se depilen pensando: ‘Y qué, yo soy metrosexual’, o se gasten un dineral en un whisky importado porque ‘los retrosexuales lo hacen’.”
Además de los clásicos productos para hedonistas, el mercado hoy contempla un nuevo modelo de varón: un individuo conflictuado al que hay que saber tratar, entender y cuidar. La serie Machos (por América) habla de las cuitas emocionales de siete hermanos. Además de la antológica Playboy (que sólo hablaba de mujeres y buena vida) hoy existen revistas como Hombre y Maxim: variantes de la femenina Cosmopolitan que rebalsan en recetas para ser emocionalmente feliz. Y hasta un periodista, Rodolfo Sbrissa, decidió sacar El Hombre Embarazado, un manual de autoayuda para varones en la dulce espera.
“Es como si hubiésemos perdido el rumbo. Eso genera tanto crisis como oportunidades –dice el psicólogo Guillermo Vilaseca, además director de varones.com.ar–. Para los hombres, acceder al ámbito privado no siempre aparece connotado positivamente; muchas veces es vivido como retroceso frente al avance de la mujer. Necesitamos desarrollar un pensamiento crítico en relación a los mandatos, mitos y creencias de género; es una tarea que –tanto a unas como a otros– nos enfrenta con nuestras propias contradicciones.”
VA DE RETRO. Todo empezó con el futbolista inglés David Beckham, que se convirtió en el abanderado de los metrosexuales: apareció en cientos de revistas mostrando músculos, uñas pintadas, cutis perfecto y un profundo romance con el espejo. Detrás de él, miles de hombres se animaron a la coquetería. Tanto, que según un relevo de la revista inglesa The Economist, en Estados Unidos se estima que entre un 30 y un 35 por ciento de los varones es metrosexual; y hasta la palabra metrosexual pasó a ser el vocablo más difundido, según la Sociedad Americana del Dialecto, de Boston (una asociación de profesores y estudiantes que se ocupa de determinar qué expresiones merecen distinguirse de las demás).
Casi una década más tarde, y como contrapunto a tanta vanidad, aparece el retrosexual: un hombre feliz de ser varón que –si bien no se regodea en la estética– compra productos simples pero buenos. Benicio del Toro es un buen ejemplo: en su placard no faltan los trajes tipo Armani, los zapatos cómodos y las prendas básicas –camisas y jeans– donde los colores vistosos están totalmente prohibidos. Russell Crowe –otro representante retro– suele usar el pelo desaliñado y una estética general de “no me importa el look”. Y aunque no gasta dinerales en sutilezas cosméticas, sí es un hombre delicado en el trato con las mujeres (de las que disfruta tanto como de los coches caros, los chiches tecnológicos, el fútbol y el buen whisky).
“El retro es el único hombre que me excita: el del palo en la mano –confiesa Viviana Gómez Thorpe, autora del libro No seré feliz pero tengo marido–. De todas formas, esto de ponerles etiquetas nuevas a los hombres es claramente una estrategia de marketing. Esta sociedad inmadura tiene la tendencia de ponerle nombre a todo; el vacío existencial es muy grande. Y la pregunta ‘¿Quién entiende a las mujeres?’, hoy es aplicable a los dos: ¿Quién entiende al ser humano? No sabemos lo que queremos.”
LO QUE ELLOS QUIEREN. Según una encuesta realizada el año pasado por la consultora argentina Consumer Trends, el 90% de los hombres se preocupa por la apariencia. Cerca de un 70% usa cremas faciales y corporales (aunque la mayoría todavía se las roba a la mujer), la mitad hace actividades físicas, y el 36% se cuida en las comidas. Además, 4 de cada 10 asistentes a los solariums son hombres y por cada 5 mujeres que se hacen una cirugía estética hay, también, un hombre que entra a un quirófano.
Pero no todo es bótox en el nuevo mundo masculino: los llamados metroemocionales, por ejemplo, cuidan su físico... pero también sus afectos. “La diferencia entre ambos es que el metrosexual puede resultar más banal o bien reduce su cambio a la estética, mientras que el metroemocional es, además, inteligente y sensible, y no tiene pudor de hablar de sus emociones –explica Rosetta Forner en su libro En busca del hombre metroemocional–. Se trata de un hombre maduro psicológicamente, con gran capacidad de amar, que le gustan las mujeres independientes, cumple sus promesas y nunca usa el romance para conseguir sexo.”
Matías Martin se muestra muy cariñoso con su hijo y jamás habló mal de su ex, Nancy Dupláa. A Gastón Pauls no lo acompleja llorar en cámaras. Y a Facundo Arana –que elogia públicamente a su novia– todas las señoras quisieran tenerlo de yerno. Así y todo, ninguno logra convencer a Gómez Thorpe: “Al metroemocional no le creo, porque la va de sensible y hay una esencia que nunca va a cambiar: el hombre es embustero, mentiroso. Sólo ha hecho una patética adaptación a su nueva circunstancia y al rol de la mujer de hoy. Por eso, digamos que me encantan los hombres, especialmente desde que dejé de tomarlos en serio”.
Nuestros tiempos admiten diferentes formas de asumir la masculinidad y la feminidad, las cuales resultan adecuadas y atractivas para determinadas personas. Ahora presentamos a los “retrosexuales”.
Ellos no tienen problema en asumir que son brutos. Es más: quieren que se note. No se afeitan seguido, no se inflan los bíceps, les gusta tener panza, y antes que ir a la peluquería prefieren ir a un asado. Así son los retrosexuales: el nuevo término acuñado por Mark Simpson, el escritor inglés que antes revolucionó el mercado masculino al afirmar que –además de los machos y los gays– existía otra categoría de varón: el metrosexual. Desde entonces, la remanida frase que asegura que “los hombres son todos iguales” perdió vigencia a una velocidad atroz: en este último tiempo, además de los metro, aparecieron los tecnosexuales (prefieren una PC antes que una chica), los homoflexibles (heterosexuales que cada tanto están otro hombre), los metroemocionales (tipos que se cuidan el look pero, más que frívolos, son conmovedores y sensibles), y ahora los retrosexuales: la variante moderna del hombre de las cavernas; una especie de varón que se hartó de la pompa y la circunstancia y decidió volver a ser un macho-como-los-de-antes.
Todas las formas de ser hombre tienen, sin embargo, un punto en común: dejan en claro que el mercado dejó de preguntarse sólo en qué piensan las mujeres y, por primera vez, quiere responder a la pregunta del millón: ¿qué tienen los varones en la cabeza? “Al hablar de metrosexual, retrosexual o metroemocional se intenta instalar arquetipos nuevos para que después los hombres encuentren justificativos para comprar productos –asegura Diego Dillemberger, director de la revista Imagen–. Si eras un hombre ‘normal’, hasta hace unos años no comprabas cosméticos. Pero si se instala socialmente la idea de que un tipo muy exitoso con las minas es metrosexual, y eso significa que capaz que se depila y usa determinadas cremas, pero no es maricón, vos tal vez te identificás y quizá no te depiles... pero te comprás la crema. Estos arquetipos sirven para que cientos de miles de boludos en el mundo vayan y se depilen pensando: ‘Y qué, yo soy metrosexual’, o se gasten un dineral en un whisky importado porque ‘los retrosexuales lo hacen’.”
Además de los clásicos productos para hedonistas, el mercado hoy contempla un nuevo modelo de varón: un individuo conflictuado al que hay que saber tratar, entender y cuidar. La serie Machos (por América) habla de las cuitas emocionales de siete hermanos. Además de la antológica Playboy (que sólo hablaba de mujeres y buena vida) hoy existen revistas como Hombre y Maxim: variantes de la femenina Cosmopolitan que rebalsan en recetas para ser emocionalmente feliz. Y hasta un periodista, Rodolfo Sbrissa, decidió sacar El Hombre Embarazado, un manual de autoayuda para varones en la dulce espera.
“Es como si hubiésemos perdido el rumbo. Eso genera tanto crisis como oportunidades –dice el psicólogo Guillermo Vilaseca, además director de varones.com.ar–. Para los hombres, acceder al ámbito privado no siempre aparece connotado positivamente; muchas veces es vivido como retroceso frente al avance de la mujer. Necesitamos desarrollar un pensamiento crítico en relación a los mandatos, mitos y creencias de género; es una tarea que –tanto a unas como a otros– nos enfrenta con nuestras propias contradicciones.”
VA DE RETRO. Todo empezó con el futbolista inglés David Beckham, que se convirtió en el abanderado de los metrosexuales: apareció en cientos de revistas mostrando músculos, uñas pintadas, cutis perfecto y un profundo romance con el espejo. Detrás de él, miles de hombres se animaron a la coquetería. Tanto, que según un relevo de la revista inglesa The Economist, en Estados Unidos se estima que entre un 30 y un 35 por ciento de los varones es metrosexual; y hasta la palabra metrosexual pasó a ser el vocablo más difundido, según la Sociedad Americana del Dialecto, de Boston (una asociación de profesores y estudiantes que se ocupa de determinar qué expresiones merecen distinguirse de las demás).
Casi una década más tarde, y como contrapunto a tanta vanidad, aparece el retrosexual: un hombre feliz de ser varón que –si bien no se regodea en la estética– compra productos simples pero buenos. Benicio del Toro es un buen ejemplo: en su placard no faltan los trajes tipo Armani, los zapatos cómodos y las prendas básicas –camisas y jeans– donde los colores vistosos están totalmente prohibidos. Russell Crowe –otro representante retro– suele usar el pelo desaliñado y una estética general de “no me importa el look”. Y aunque no gasta dinerales en sutilezas cosméticas, sí es un hombre delicado en el trato con las mujeres (de las que disfruta tanto como de los coches caros, los chiches tecnológicos, el fútbol y el buen whisky).
“El retro es el único hombre que me excita: el del palo en la mano –confiesa Viviana Gómez Thorpe, autora del libro No seré feliz pero tengo marido–. De todas formas, esto de ponerles etiquetas nuevas a los hombres es claramente una estrategia de marketing. Esta sociedad inmadura tiene la tendencia de ponerle nombre a todo; el vacío existencial es muy grande. Y la pregunta ‘¿Quién entiende a las mujeres?’, hoy es aplicable a los dos: ¿Quién entiende al ser humano? No sabemos lo que queremos.”
LO QUE ELLOS QUIEREN. Según una encuesta realizada el año pasado por la consultora argentina Consumer Trends, el 90% de los hombres se preocupa por la apariencia. Cerca de un 70% usa cremas faciales y corporales (aunque la mayoría todavía se las roba a la mujer), la mitad hace actividades físicas, y el 36% se cuida en las comidas. Además, 4 de cada 10 asistentes a los solariums son hombres y por cada 5 mujeres que se hacen una cirugía estética hay, también, un hombre que entra a un quirófano.
Pero no todo es bótox en el nuevo mundo masculino: los llamados metroemocionales, por ejemplo, cuidan su físico... pero también sus afectos. “La diferencia entre ambos es que el metrosexual puede resultar más banal o bien reduce su cambio a la estética, mientras que el metroemocional es, además, inteligente y sensible, y no tiene pudor de hablar de sus emociones –explica Rosetta Forner en su libro En busca del hombre metroemocional–. Se trata de un hombre maduro psicológicamente, con gran capacidad de amar, que le gustan las mujeres independientes, cumple sus promesas y nunca usa el romance para conseguir sexo.”
Matías Martin se muestra muy cariñoso con su hijo y jamás habló mal de su ex, Nancy Dupláa. A Gastón Pauls no lo acompleja llorar en cámaras. Y a Facundo Arana –que elogia públicamente a su novia– todas las señoras quisieran tenerlo de yerno. Así y todo, ninguno logra convencer a Gómez Thorpe: “Al metroemocional no le creo, porque la va de sensible y hay una esencia que nunca va a cambiar: el hombre es embustero, mentiroso. Sólo ha hecho una patética adaptación a su nueva circunstancia y al rol de la mujer de hoy. Por eso, digamos que me encantan los hombres, especialmente desde que dejé de tomarlos en serio”.
Tengo Ganas de ti, de tu aroma y de tu ser,
de tu sabor y de tu piel,
de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.
de tu sabor y de tu piel,
de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.