11-21-2005, 12:47 AM
“El beso se produce por una especie de movimiento de aspiración de los músculos de los labios, acompañado por un sonido más o menos suave. Debe practicarse en contacto con otro ser vivo o en con un objeto, caso contrario parecería que se está llamando a un caballo” -Chistopher Myrop. (Biólogo francés)
La bióloga alemana Giselle Dahl deduce, en la revista Nature, que el beso compromete los tres sentidos más directamente emparentados con el deseo sexual: el gusto, el tacto y el olfato. (¿Qué podemos decir nosotros de la comida?)
La palabra beso proviene del latín Basium –acción de besar-, besar del latín basiare, tocar algunas cosas con los labios contrayéndolos y dilatándolos suavemente, para manifestar amor, amistad, o reverencia, y al llevarse a la practica pone en movimiento doce músculos faciales, pero la lengua que se pone en acción cuando la peripecia adquiere alto voltaje erótico, moviliza otros diecisiete músculos más; y los latidos del corazón pasan de 70 a 150 por minuto. ¡Todo un ejercicio, mach@!.
Los antropólogos aceptan que, hace más de dos millones de años, los homínido ya se besaban, así como hoy y siempre se besaron los chimpancés, y que la costumbre deriva de la instintiva necesidad que sentían las mamás homínidas de masticar la comida hasta convertirla en papilla para alimentar a sus bebés.
La hipótesis de que halagaran de la misma manera al macho dominante de la manada, en un primitivo gesto de adulación y sometimiento, no parece exagerada.
Generalmente el beso social se aplicaba en las manos, o mejillas; los de afecto maternal o paternal en la frente (los americanos después lo trasladaron a la boca en forma de piquito); los besos de amantes, en un pie, muslo, pecho o en la boca; el beso de la muerte, de la mafia italiana, en la boca del sentenciado; Los jerarcas soviéticos prodigaron la excepción a esta regla: se besaban en la boca, en pleno Kremlin, a la vista y consentimiento de todo el mundo. Todavía ningún politicólogo se atrevió a discernir sí esa exótica variante de la promiscuidad contribuyó a precipitar la decadencia del comunismo.
Los besos en el cine nacieron casi con el invento del cinematógrafo: el primero de todos fue filmado en 1895 –En una cinta de celuloide de casi once metros y cuya proyección duraba apenas cincuenta segundos-, la película denominada “El beso” –Realizada por Thomas Alva Edison; mostraba a John Rice apoyando sus labios sobre los de May Edwin-. Debió soportar una andanada de críticas vitriólicas cuando la libró a la exhibición pública. Los diarios neoyorquinos maldijeron el advenimiento del cine si servía de vehículo a escenas tan lascivas y depravadas, de manera que el inventor de la lamparita incandescente se convirtió también en víctima precursora de la censura cinematográfica.
Los industriales de Holywood ignoraron esos escozores, convencidos de que los besos de película incentivarían la voracidad de las taquillas, ya que cumplirían una imprescindible función didáctica.
Así entonces, nadie acusó molestias por el hecho de que en adelante Rodolfo Valentino y Theda Bara, Hohn Barrymore y Greta Garbo, Clark Gable y Vivien Leigh y Cary Grant e Ingrid Bergman se enredaran en una pringosa telaraña de labios ardientes.
Que se recuerde, solo los besos que se propinaron Brigitte Bardot y Jean-Louis Trintingnant, en “Y Dios creo a la mujer” (1956), sobresalieron a la censura y en varios países fueron severamente cercenados. Eran, claro, besos a la francesa, como los que luego copiaron (en versión mejorada) Kim Basinger y Mickey Rourke en “Nueve semanas y media” (1995), sin que nadie mosqueara y sin que ninguna censura diera muestra de patibundez puritana.
En todo caso, el cine ha sublimado uno de los gestos de ofrenda amorosa más encomiables, a medio camino entre los arrebatos del espíritu y las ganas de abordar la cuestión de fondo.
-Contenido extraído de “Historia del Beso”. Norberto Firpo. Rev. La Nación. Sep.1998-
La bióloga alemana Giselle Dahl deduce, en la revista Nature, que el beso compromete los tres sentidos más directamente emparentados con el deseo sexual: el gusto, el tacto y el olfato. (¿Qué podemos decir nosotros de la comida?)
La palabra beso proviene del latín Basium –acción de besar-, besar del latín basiare, tocar algunas cosas con los labios contrayéndolos y dilatándolos suavemente, para manifestar amor, amistad, o reverencia, y al llevarse a la practica pone en movimiento doce músculos faciales, pero la lengua que se pone en acción cuando la peripecia adquiere alto voltaje erótico, moviliza otros diecisiete músculos más; y los latidos del corazón pasan de 70 a 150 por minuto. ¡Todo un ejercicio, mach@!.
Los antropólogos aceptan que, hace más de dos millones de años, los homínido ya se besaban, así como hoy y siempre se besaron los chimpancés, y que la costumbre deriva de la instintiva necesidad que sentían las mamás homínidas de masticar la comida hasta convertirla en papilla para alimentar a sus bebés.
La hipótesis de que halagaran de la misma manera al macho dominante de la manada, en un primitivo gesto de adulación y sometimiento, no parece exagerada.
Generalmente el beso social se aplicaba en las manos, o mejillas; los de afecto maternal o paternal en la frente (los americanos después lo trasladaron a la boca en forma de piquito); los besos de amantes, en un pie, muslo, pecho o en la boca; el beso de la muerte, de la mafia italiana, en la boca del sentenciado; Los jerarcas soviéticos prodigaron la excepción a esta regla: se besaban en la boca, en pleno Kremlin, a la vista y consentimiento de todo el mundo. Todavía ningún politicólogo se atrevió a discernir sí esa exótica variante de la promiscuidad contribuyó a precipitar la decadencia del comunismo.
Los besos en el cine nacieron casi con el invento del cinematógrafo: el primero de todos fue filmado en 1895 –En una cinta de celuloide de casi once metros y cuya proyección duraba apenas cincuenta segundos-, la película denominada “El beso” –Realizada por Thomas Alva Edison; mostraba a John Rice apoyando sus labios sobre los de May Edwin-. Debió soportar una andanada de críticas vitriólicas cuando la libró a la exhibición pública. Los diarios neoyorquinos maldijeron el advenimiento del cine si servía de vehículo a escenas tan lascivas y depravadas, de manera que el inventor de la lamparita incandescente se convirtió también en víctima precursora de la censura cinematográfica.
Los industriales de Holywood ignoraron esos escozores, convencidos de que los besos de película incentivarían la voracidad de las taquillas, ya que cumplirían una imprescindible función didáctica.
Así entonces, nadie acusó molestias por el hecho de que en adelante Rodolfo Valentino y Theda Bara, Hohn Barrymore y Greta Garbo, Clark Gable y Vivien Leigh y Cary Grant e Ingrid Bergman se enredaran en una pringosa telaraña de labios ardientes.
Que se recuerde, solo los besos que se propinaron Brigitte Bardot y Jean-Louis Trintingnant, en “Y Dios creo a la mujer” (1956), sobresalieron a la censura y en varios países fueron severamente cercenados. Eran, claro, besos a la francesa, como los que luego copiaron (en versión mejorada) Kim Basinger y Mickey Rourke en “Nueve semanas y media” (1995), sin que nadie mosqueara y sin que ninguna censura diera muestra de patibundez puritana.
En todo caso, el cine ha sublimado uno de los gestos de ofrenda amorosa más encomiables, a medio camino entre los arrebatos del espíritu y las ganas de abordar la cuestión de fondo.
-Contenido extraído de “Historia del Beso”. Norberto Firpo. Rev. La Nación. Sep.1998-
Tengo Ganas de ti, de tu aroma y de tu ser,
de tu sabor y de tu piel,
de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.
de tu sabor y de tu piel,
de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.