11-04-2005, 11:44 AM
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Cita:Batalla en el cielo.
Sólo para adultos de amplio criterio
Por Diana González
e-mail:diana_gonzalez@terra.com.mx
Calificada desde pornográfica hasta poética, la segunda cinta del (para bien o para mal) ya consagrado Carlos Reygadas, Batalla en el Cielo, podrá fascinarle o zaherirle, atraparlo en su butaca o expulsarlo de ella..., lo seguro es que difícilmente le será indiferente.
Este realizador mexicano autodidacta, actualmente de 34 años, en 2002 debutó en Cannes con una mención especial para Japón, la historia del último viaje de un hombre que, antes de suicidarse, entabla una relación sexual (de escenas explícitas) con una mujer campesina septuagenaria.
En mayo de 2003 escribí sobre la cualidad poética de sus inquietantes imágenes, capaz de referir la influencia de maestros como Andrei Tarkovski o Abbas Kiarostami.
En este caso tenemos, igualmente, una historia que rompe paradigmas sociales y estéticos a través de la relación entre una chica "bien" (Anapola Mushkadiz), y su pobre y mestizo chofer y guardaespaldas (Marcos Hernández), mayor que ella, quien no obstante está enamorado de su gordísima y fea mujer, con quien ha secuestrado un niño que, accidentalmente, muere.
Arrojado a la culpa y desesperación, Marcos (Hernández) desorbitará su vida al punto de la tragedia, no sin antes emprender un camino de expiación al más puro estilo guadalupano, en las que son algunas de las secuencias realistas más impactantes de la cinta.
De esta forma, Reygadas repite culpa y redención, sexo descarnado y muerte acechante, pero a diferencia del universo silencioso y lejano de Japón, esta batalla se libra en el fragor de la urbe capitalina mexicana, la cual es retratada con aspiración documental, pero compuesta desde una aguda y quizá malintencionada crítica.
Opacada por el escándalo provocado por las escenas de felación que la chica realiza a su contraparte masculina, las cuales por cierto fueron autocensuradas por el cineasta en un acto incomprensible y, por supuesto, reprochable (lo más triste del caso es que distraen de lo realmente valioso), la visión anticomplaciente de Reygadas se sitúa justo en el límite entre lo verdadero y lo encubierto.
Como en Japón, la aspiración a la verdad, formalmente arropada por la escuela neorrealista, yace en el trueque entre actores profesionales por personas reales (o viceversa), entre los que no sólo coinciden los nombres, sino parecen haber inducido al propio cineasta en la conformación final de su obra.
Lo encubierto es la difícil distinción entre nobleza estética, que quizá pudiera equivaler a compromiso sociopolítico (darle espacio y presencia a quien no la tiene en la interacción social real), y una simulada vocación provocadora que subvierte todo orden mediante personajes introspectivos, pero caóticos, casi imposibles de comprender, cuya función ulterior es exhibirnos mientras son exhibidos.
Así, lo chocante de las escenas felónicas quizá no lo sería tanto si se tratara de sujetos (personajes) en perfecto orden social y estético (como, ¿en la pornografía?), y los desnudos podrían ser aceptables si no se obligara al espectador a ver en detalle (quizá exasperante), la desmesura de las carnes y la oscuridad de las intenciones.
Después de todo, estos personajes y sus actos surgen del México profundo que Reygadas obliga a ver con toda la fuerza de sus vicios y defectos físicos y morales, a través de una compleja estética visual propia, coreografiada por una banda sonora de alcances sublimizantes.
Recomendable sólo para espectadores adultos de muy amplio criterio.